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lunes, 28 de noviembre de 2016

La muerte y el adulto mayor “Para el niño la muerte es siempre la muerte del otro, para el adulto maduro la muerte del otro siempre se refiere a la propia”. Cereijido


Por:Gloria Luz García.

En mi experiencia de trabajo y formación como Psicogerontóloga (especialidad en adultos mayores) me he enfrentado a situaciones y temas que no estaba acostumbrada a tocar de una manera tan cotidiana. Uno de ellos es el de la muerte, la cual —de manera personal y al igual que millones de personas en la actualidad— negaba o concebía como algo muy distante. Esta reflexión está basada en el trabajo con grupos de adultos mayores, mediante el apoyo en un proceso de desarrollo y toma de conciencia donde hoy pueden mirar su vida desde otro lugar.

Si bien la muerte siempre ha sido una parte intrínseca de la propia vida, es visualizada como algo que sucede solamente en la vejez, y al parecer esta concepción es reforzada por el contexto social actual, donde se pretende extender la vida, la salud y, sobre todo, la juventud a toda costa —situación evidentemente normal dentro de una cultura que no sólo aprueba la belleza externa, las cirugías estéticas y la jovialidad como modus vivendi, sino donde se niega completamente la vejez y a la muerte misma, como si al evadirla pudiéramos evitar que nos pasara de cerca.

O’Connor (pág.20) señala: “Vivimos en una sociedad que desafía a la muerte o la niega. Combatimos y repelemos a la muerte, nos apresuramos a terminar con nuestro duelo y tenemos prisa por volver a la “normalidad”. En vez de considerar esto como una parte natural e inevitable del ser humano, contemplamos a la muerte como un enemigo al que hay que conquistar a cualquier costo.

En las culturas orientales, la muerte está vinculada al sentido mismo de la existencia y no se espera solamente al final de la vida, sino que se lleva presente en cada momento y desde que se nace. En cambio, en el contexto occidental la muerte no es plenamente reconocida como parte de la vida.

Para Freud (1964), por ejemplo:

La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable. Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tendencia a hacer a un lado la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad.

De ese modo, el hecho de que el ser humano no sea consciente de su propia muerte no significa que no le tema; así, la experiencia que le genera en la vida se equipara a un miedo de no ser sostenido, reconocido o incluso amado; un temor al abandono, al aniquilamiento.

Delacroix (2006) refiere que:

El miedo a morir es un miedo a lo que podría producirse en el instante, en un porvenir cercano, pena por lo que no fue, mirada nostálgica por lo que quizás ya no será dentro de un instante y dolor insoportable del “ya es demasiado tarde”.

Al parecer, lograr integrar la vida y la muerte provoca un vacío existencial y un conflicto tremendo que nadie está dispuesto a conciliar —al menos en vida—. Incluso Perls (1978) lo describía comolo desconocido, la amenaza sin nombre, la fuente de la angustia y del miedo a la desintegración. Son la mejor descripción de  la nada, el no-ser, la muerte”.

De ahí la importancia del vivir en el aquí y el ahora. Esto se ha reforzado en el trabajo con adultos mayores donde aun cuando el temor está presente y se nombra, la presencia de la idea de la muerte es constante. Viven en el presente, y se alimentan del pasado y de todas sus experiencias; de hecho, no dejan de mirar el futuro, pero desde una realidad inevitable donde la muerte de un miembro del grupo los acerca más a la propia dejando vacíos.

 “Para el niño la muerte es siempre la muerte del otro, para el adulto maduro la muerte del otro siempre se refiere a la propia”. (Cereijido, pág. 190)

Un testimonio de la significación de la muerte de un adulto mayor del grupo que ha tenido un trabajo de desarrollo personal es el siguiente:

“La muerte, junto con el nacimiento establecen y dimensionan la existencia, por tanto, no debe tener el popular carácter negativo. Esta circunstancia determina que la muerte es esencial requisito para la vida, y determina la necesidad de aprovecharla y disfrutarla, sin temer la inevitable llegada de la muerte”. Francisco García Palomino, 90 años.

Por lo tanto, se observa que una persona debe enfrentar la vida sabiendo que eventualmente se va a acabar, y eso es más nutricio. El ritmo actual nos hace vivir como si fuéramos inmortales, en consecuencia, el actuar día a día como si cada acto fuera la última batalla le da gran intensidad a la vida. Si uno nunca se va a morir, entonces todas las cosas se pueden posponer, o no vivir, o vivir medianamente; el sentido de la finitud nos ayuda a apreciar la vida. Saber que la muerte puede llegar en 50 años —o en seis meses— le da un sabor muy excitante a cada día, porque entonces se puede vivir disfrutando de cada cosa en la medida de lo posible.

Vivir aterrado con la idea de la muerte significa una polarización de una postura ante este fenómeno: “no te muevas”, “no te arriesgues”, “cuídate”, “no cambies”, “no me dejes”, “qué susto que te mueras”… Todo eso nos paraliza por completo, nos resquebraja como seres humanos y como sociedad en general; son introyectos y creencias que nos van limitando la experiencia de vivir.

Obviamente, una cosa es “entender” que se puede morir en cualquier momento y otra, muy distinta, es tenerle miedo a eso. Temerle a la muerte es morir mil veces a diario; en cambio, saber que uno va a morir es vivir.

Un adulto mayor que ha pasado por un proceso de desarrollo personal puede vivir la mirada de la muerte como una fase de enamoramiento donde todo lo mejor del momento se vive con mayor intensidad. Esta invitación a enamorarnos de la vida es una actitud que se puede poner en práctica a cualquier edad: aceptar el pasar de los años, el envejecimiento y la muerte como un proceso natural de la vida. Es posible llegar a una vejez con conciencia, en un espacio de desarrollo humano donde se potencialicen todos los aspectos de dicha etapa. Esta especialidad hoy se hace presente en el Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt para apoyar a los grupos, fomentar encuentros, dar compañía y mostrar  empatía con los adultos mayores.


Bibliografía

- Cereijido, M., & Blanck-Cerejido, F. (2011). La vida, el tiempo y la muerte. Fondo de Cultura Económica.
- Delacroix, J. M. (2006). Encuentro con la psicoterapia: una visión antropológica de la relación y el sentido de la enfermedad en la paradoja de la vida. Cuatro Vientos.
- Freud, S., & Strachey, J. E. (1964). “The standard edition of the complete psychological works of Sigmund Freud”.
-O’Connor, N. (2009). Déjalos ir con amor. México,  Editorial Trillas.
- Perls, F., & Baumgardner, P. (1978). Esto es gestalt. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.




En el IHPG contamos con una serie de materiales relacionados con los temas de la muerte y el duelo:


En la revista Figura fondo puedes encontrar los artículos:

  • El niño ante el impacto de la muerte de un ser querido-Guadalupe Hernández
     Figura Fondo 5

  • La culpa en el proceso de Duelo- Ma. Isabel Chávez
          Figura Fondo 11

  • El duelo desde la perspectiva Gestalt- Adriana Custodio
Figura Fondo 13

  • Cuando el terapeuta está en duelo-Hilda Gutiérrez
Figura Fondo 27

  • Entre el instinto de muerte y la educación para la paz-Frank Staemler
Figura Fondo 29

  • Espérame en el cielo-Carmen Vázquez
Figura Fondo 30

  • Cuando el destino nos alcance. Una lectura gestáltica sobre el miedo a la muerte y la incertidumbre en la sociedad actual-Carmen Vázquez
Figura Fondo 35

Y en la biblioteca podrás consultar las siguientes tesis de nuestros egresados:

  • Dificultades ante el duelo de la muerte de un familiar cercano-Eduardo Pérez de los Santos

  • Duelo, neurosis de la secuencia de contacto. El último intento para desprenderme de ti. Jorge Guerra

  • Sensibilización educativa ante las pérdidas. Estrategias docentes para acompañar el proceso de duelo en el ambiente escolar. Margarita Gilardi



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